miércoles, 9 de mayo de 2012

Tania Ortiz de Barreto (Guayaquil - Ecuador)


Yo, Tania María Ortiz Tanner de Barreto, quiero dar fe de que conozco a Gonzalo Xavier Celi Almeida desde hace 18 años. En todo el tiempo que llevo de conocerlo he observado en Él el deseo intenso de llevar a todos a Dios. Lo conocí por primera vez en un retiro, en el que se dio aquello que nos enseña el catecismo y que es imprescindible para la formación: ese anuncio fuerte del Evangelio, a través del Evangelio de San Juan capítulo 17. Esto me dejo sellada para el resto de mi vida. Siempre fui creyente y católica, pero mi vivencia del Evangelio era como el de la gran mayoría, creía, pero yo diría que un tanto superficialmente (tibia). Desde ese retiro comencé un proceso de conversión constante. Descubrí la riqueza de nuestra fe, y el tesoro que teníamos en la Iglesia, tanto en los Sacramentos, como en la Palabra de Dios. Desde entonces sentí en mi interior lo dones del Espíritu Santo actuando, con ese gusto y gozo de vivir las cosas santas. Comencé a entender las Escrituras, porque las leía con fruición, eso me llevo a poder diferenciar con certeza el bien del mal, a realizar las elecciones necesarias para poder vivir la doctrina de Jesús y sus enseñanzas contra viento y marea, me llené por todas estas vivencias de fortaleza, comenzando a poner toda mi confianza sólo en Dios. Todo esto me llevó a desear con todo mi corazón comunicar lo que había recibido, pues este tesoro y la dicha que me producía haberlo encontrado, no podía ser sólo para mí. Desee compartirlo con todos. Me acerqué cada vez más a la Iglesia, hasta sentirme su verdadera hija,  comprendí la excelencia del Sacerdocio, a través de la meditación constante del Capítulo 17 de San Juan, donde se expresa con toda claridad la misión que nuestro Señor les dejó: En este texto, el mensaje de Jesús sobre Dios se realiza como la Buena Noticia de la Unidad, pues nos ayuda a comprender que Su mensaje es un mensaje de unidad y amor, explicándonos que por medio del Dios-Hombre, es decir, de Jesucristo mismo, nosotros los hombres alcanzamos la salvación, y que para que podamos caminar en Él por y con la unidad que nos propone el Juan 17, nos da a conocer la realidad de lo que somos y para que fuimos creados con estas palabras: “Que todos sean uno, como el Padre y Yo somos uno, que ELLOS también sean uno con nosotros” (21) al decir que ellos (nosotros) sean uno,  se está dirigiendo a los Apóstoles, indicándoles con claridad que su misión es justamente esta: que por medio de ellos y el llamado que les ha hecho y poder que les ha concedido, nosotros lleguemos a ser uno con Dios. Para lo cual les dejó, en sus manos, los medios necesarios: 1. Sacramentos para recibirlos por medio de la liturgia en la Iglesia; y 2. Su Palabra, imprescindible  para conocer a fondo la persona de Jesús y la integridad del anuncio salvífico que propone. A ellos a los sacerdotes, por medio de la Iglesia, les corresponde cumplir con este mandato. En la Iglesia, el ellos de Jesús, es decir nosotros, los laicos, a través de la catequesis y la formación, podemos ejercer ese servicio, desarrollando la tarea específica de crecimiento en la fe, pasando por el anuncio del kerigma cuando sea necesario, realizando en él lo que Nuestro Señor Jesucristo hizo primero, invitar a la conversión: “convertíos y creed en el Evangelio” (Mc. 1, 15). Así pude comprender que nuestra respuesta directa al mandato misionero de Jesús tiene que ser invitar a todos a la conversión y que la consecuencia de esta invitación es la formación, y a eso es justamente a lo que me he dedicado, por eso estudio teología. El camino para llegar a esta convicción fue justamente lo que Javier nos enseñó y guió para poder encarnarlo y vivirlo.
Luego de asumir estas realidades en mi vida gracias a las enseñanzas y guía de Xavier, pasó con él lo que pasa con todos los Santos, en especial con aquellos que son fundadores. Vino la Cruz, la persecución, la mentira. “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas  anteriores a vosotros”. De todas las calumnias que he escuchado contra él, puedo dar fe porque estuve con él, de que son falsas, pues yo misma fui testigo de que cuando se aseguraba que el estaba haciendo cosas malas, estaba en realidad, visitando enfermos, dando dirección espiritual a almas necesitadas de esta asistencia, y las otras veces que no estuve presente, conociéndolo como lo conozco puedo asumir que deben ser igual mentiras. Cuando vino a Guayaquil llegó muchas veces a mi casa y tanto mi esposo como yo podemos dar testimonio de que en cada una de esas estancias en nuestro hogar, se dedicó incansablemente a socorrer a los necesitados, ha extender las enseñanzas de Jesús, ha hacer crecer la obra que el mismo Señor le había encomendado. Entre los que asistimos a la formación que impartía hubo numerosas vocaciones a la vida consagrada y laicos deseosos de crecer en la fe y en la vivencia del Evangelio. Cuando vino la persecución y la mentira todos aquellos que participamos en la obra por él fundada, por obediencia, tuvimos que dejar nuestras actividades, pero de los que todavía frecuento, se con certeza que siguieron su vocación y el llamado del Señor de la mano de Iglesia, en sus Parroquias, participando en la vida consagrada los religiosos y en el canto litúrgico, en la catequesis y la formación, etc. los laicos. No por la mentira y persecución contra el fundador, nuestro Padre Espiritual, nos desviamos, pues la semilla había prendido y aún sin su presencia constante daba frutos abundantes, pues era Dios mismo quien hacía crecer. Que mejor testimonio puede haber.
Mientras tanto él, llamado a trabajar por la Unidad, y como Apóstol de Unidad que es, se dedicó a hacer lo que con claridad absoluta nos piden los documentos de la Iglesia que hagamos para alcanzar la unidad. Para trabajar en los procesos de unidad primero y antes que nada debes ser un perito, razón por la cual, él estudio aquí y en otras partes del mundo incasablemente.  Nos piden conocer las otras Iglesias y religiones y tratarlas con el debido respeto (Ut Unum Sint, Papa Juan Pablo II), el mismo Papa Juan Pablo II, hizo una carta Apostólica especial para el proceso de unidad con las Iglesias de Oriente, en especial con la Ortodoxa, tratándola no como una Iglesia herética, sino como una de la que podemos aprender mucho, por eso la llamó Luz de Oriente, pidiendo en este documento que en los seminarios se estudiaran Teología Ortodoxa e Iconografía (Carta Apostólica: Orientale Lumen).
De lo que yo he estudiado he podido apreciar que la iglesia Ortodoxa, junto con la nuestra mantiene la sucesión apostólica y que tiene los siete sacramentos, por lo que no se la puede llamar “otra iglesia”, los teólogos la nombran como iglesia hermana. ¿Qué mejor manera puede haber de alcanzar la unidad con esa Iglesia, que con un Metropolita Ortodoxo que conoce tanto como él a la iglesia Católico Romana? Definitivamente no hay otra. No ver la mano de Dios en estas cosas solo le puede pasar a un verdadero ciego.
Y en cuanto a las calumnias, el propio Obispo encargado del Ecumenismo en la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, Mons. Julio Terán Dutari, ha escrito una carta con su firma y sello, como Arzobispo de la Diócesis de Ibarra, diciendo que en honor a la verdad, tiene que certificar que conoce a Xavier Celi como hombre honesto, trabajador incansable por la fe y que jamás realizó ninguna de aquellas acciones de que se lo acusa.
Nosotros católicos ¿a quién vamos a escuchar?, a personajes desconocidos que son capaces de hablar mal de una persona públicamente, sin ningún respaldo a sus afirmaciones, lo cual sabemos se llama calumnia o difamación, o lo que es lo mismo, descredito al buen nombre de una persona, lo cual es totalmente anticristiano, y en algunos casos también delito; o a un Obispo nuestro que certifica conocerlo como hombre de bien.
Yo creo que la opción correcta es clara, escuchar al Obispo y el testimonio que él nos da, así como el testimonio de los que en realidad lo conocemos.
Tania Maria Ortiz de Barreto